Desde los Molinos hasta el Mar… y más allá: un viaje al alma de Mataró

¡Muy buenas, queridos lectores! Hoy, este reportero dicharachero de Benidorm se ha lanzado a la aventura, dejando por un momento nuestras queridas playas alicantinas para perderse —o más bien encontrarse— en el corazón de Mataró, esa joya mediterránea de 131.000 almas que vive entre la brisa del mar y los suspiros de la historia.

Empiezo el recorrido por Los Molinos, esa parte alta de la ciudad que no solo ofrece vistas espectaculares, sino también historias que se cuelan entre callejuelas empedradas, risas de abuelos sentados al sol, y fachadas que aún guardan los secretos de generaciones. Aquí, cada esquina huele a pan recién hecho, a ropa tendida con cariño, a infancia sin pantallas y a vida de verdad.

Voy bajando, despacito, calle a calle, y me dejo llevar por los pequeños comercios, esos que resisten como guerreros frente al empuje impersonal de las grandes cadenas. Fruterías donde aún se da los buenos días, barberías con tertulias eternas, y zapateros que conocen cada paso de los vecinos. ¡Esto, amigos, es barrio! Es comunidad. Es el alma viva de Mataró latiendo fuerte.

Pero también observo, sin filtros, la realidad de la vivienda. Hay pisos modestos, humildes, llenos de vida. Pero también hay ventanas cerradas, alquileres imposibles, familias que hacen malabares para llegar a fin de mes. Mataró, como tantas otras ciudades, lucha por mantener su esencia sin dejar atrás a su gente.

Y entonces, cuando el mar ya se dibuja al fondo como una promesa azul, decido cerrar este recorrido en el lugar más silencioso, pero también más lleno de amor y memoria: el cementerio de Mataró. Allí, entre cipreses que susurran historias, descansan cientos, miles de almas, que un día también recorrieron estas calles, vivieron en esas casas, se enamoraron en la plaza y compraron pan en la esquina.

Al caminar entre las lápidas, uno no puede evitar emocionarse. No por tristeza, sino por respeto profundo. Cada nombre, cada fecha, es una novela. Es el recuerdo de una madre, de un amigo, de un hijo. Es un Mataró que ya no habla, pero que aún late con fuerza en el corazón de quienes siguen aquí.

Hoy me marcho con el alma un poco más llena. Porque he visto a Mataró con los ojos del corazón. Porque este no ha sido solo un reportaje: ha sido un viaje al centro de lo humano.

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Por Francisco

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